martes, 30 de noviembre de 2010

Compartiendo los cuentos del proyecto FECAN: Sabor a Nayarit



Estimados amigos y lectores de Sabor a Nayarit, es una gran satisfacción para mí poder compartir con todos ustedes la culminación de mi proyecto. Gracias a todas las personas que participaron y me brindaron sus secretos culinarios y el sazón de sus anécdotas, nutriendo mi imaginación y dando vida a los personajes plasmados en mis historias. Si tienes otros secretos gastronómicos por compartir o deseas hacerme comentarios o sugerencias, escríbeme a brisadecanela@hotmail.com ó visita mi facebook personal. Gracias reiteradas y...

Bon apetit !




Compartiendo los cuentos del proyecto FECAN: Sabor a Nayarit

Chocolate de Amatlán




¡La tía Antonieta vuelve! Corrió como pólvora la noticia de su regreso. Esta tarde Llegará de Amatlán de Cañas en una diligencia. Mi madre ha preparado para ella una amplia y ventilada habitación en la casona de la abuela.

La cama de hierro forjado se ha vestido con una colcha de finísimas flores bordadas en el redondel de la pieza. El frondoso jardín en el patio central de la casa, con grandes helechos verdes y coloridas flores de rosa, arrojan hacia el pórtico de la habitación un fresco aroma de primavera. El largo pasillo con arcos de piedra gris y altas paredes de adobe, aguarda impaciente por ese caminar cadencioso y lento de la tía al pasar.

Debe conservarse muy hermosa. Dicen que de joven era una mujer bellísima, con enormes ojos alazanes y largo cabello ondulado. No ha venido ni una sola vez desde que se fue de Ixtlán del Río, hace ya mucho tiempo. Muchos hombres guardaron en sus afligidos corazones voto de silencio por su partida. Ahora vuelve para hacerse cargo de los cuidados de la abuela, que por su avanzada edad, los excéntricos achaques que la aquejan se le han acentuado considerablemente.

Todos nos hemos vestido elegantemente para recibirla. Las cocineras han preparado deliciosas sopas, moliendas de chile rojo y tamales de cazuela. Desde muy temprano las actividades de la cocina han dejado salir por aquí y por allá los fuertes aromas de ajos, cebollas y especias. Desde el corral, los guajolotes gorgorean con cierta melancolía su última canción de mediodía.

Un trotar de caballos resuena desde la calle. El portón se entreabre dejando ver el delicado rostro de la tía. El cochero la ayuda a bajar sus veintisiete valijas de cedro. Todos la recibimos con gran alboroto y luego caminamos juntos por el corredor hasta el gran salón para degustar las viandas preparadas en su honor.

En la charla de sobremesa, la tía nos cuenta de su vida al lado de doña Lola, la anciana con la que vivía en Amatlán. Con ella aprendió a preparar los mejores quesos de la vaquería, pinole, dulces de ate y el más delicioso chocolate especiado.

Yo le pregunté sobre la receta del chocolate pero ella respondió rotundamente que no podía revelar el secreto. El hermetismo en sus ojos silenció mis labios pero no mis pensamientos. Más tarde, cuando nos íbamos de casa de la abuela, la tía me detuvo para pedirme un favor. La inusual petición me intrigó aún más.

Por la mañana, cuando regresamos con flores para la abuela, alpiste para el canario y el encargo de la tía, ella estaba ya trabajando arduamente en la cocina, preparando la masa para las tortillas; hirviendo la leche recién ordeñada para el desayuno y moliendo en el molcajete chiles, guajes, sal, jitomates y cebollas. En la leña, los frijoles de olla soltaban ya el primer hervor y el aroma del café inundaba los corredores de la casa.

¡Qué mujer! Alta y espigada, su piel madura y fragante como las rosas del jardín. Y su andar ondulante que sugiere deseos en cada paso. Esa mañana había atado su rebozo a la cintura, se veía especialmente hermosa.

Los días pasaron tan rápido que sin darnos cuenta ya nos habíamos acostumbrado a la presencia de la tía. Era muy cariñosa conmigo y con mis hijos. A mi esposa continuamente le revelaba suculentos secretos de cocina. Pero del brebaje de Amatlán nada decía. Ni un descuido que dejara asomar el más mínimo procedimiento de preparación o ingredientes de la receta misteriosa.

La vida nunca volvió a ser igual desde que ella volvió. Todas las tardes acompañaba a la abuela a misa de 6. Pero pasadas las 10 de la noche, según los puntuales informes de la servidumbre, las desapariciones de la tía y la abuela eran cada vez más frecuentes. Nadie sabía a dónde se iban ni con quien se encontraban a esas desconcertantes horas.

Me sentía avergonzado por el deseo malsano de espiar los pasos de la tía. Su imagen hechizante me atraía como una abeja al dulzor de la miel. Su andar de diosa parecía dejar caricias secretas en el ambiente, flotando por los pasillos de toda la casa.

Un día por fin me atreví a filtrarme en su habitación creyéndola ausente. Abrí lentamente una a una las valijas de cedro con las que llegó aquella tarde. Me quedé estupefacto. Todas llevaban la misma carga de cacao envuelta en un gran paño rojo que las protegía dentro de las maletas.

Mi imaginación se desbocó en cientos de teorías cada una más descabellada que la anterior. Era muy probable que la tía traficara con la valiosa semilla, quizá la embarcaba todas las noches en el tren, volviendo cómplice a la abuela para resguardarse de la maledicencia de los vecinos. Tal vez el celoso brebaje tenía que ver con su innegable vocación de bruja, recluida por esa razón en el alejado pueblo de Amatlán y evitando así el asedio de la santa inquisición.

Mis terribles elucubraciones fueron interrumpidas por el agudo pisar de sus zapatos. Tuve que deslizarme debajo de la cama para no ser descubierto. La tía entró en la habitación y lentamente comenzó a despojarse de su ropa, dejando entrever la tersura de su piel, la redondez de sus caderas y sus esculturales piernas. Me fue necesario contener el aliento para no exclamar las plegarias que en ese momento elevé a todas las santas del cielo.

Por fortuna la bruja-diosa detuvo su sensual faena por el llamado urgente de la abuela. Tomó nuevamente el largo vestido de raso y se vistió, alejándose presurosa de su cuarto. Salí de mi escondite y me fui de esa casa. Esa noche no pude dormir. La imagen de la tía se mezclaba en mi mente con insistencia. Entre cientos y cientos de granos de cacao.

Con los estragos del desvelo aquejando mi mente y mi razón, rumié las horas del siguiente día hasta caer la noche sobre los cerros. En punto de las 9 de la noche, salí a casa de la abuela, resguardándome detrás de un árbol vecino. A los pocos minutos salieron las dos mujeres, envueltas en sus rebozos de seda. Cuidadoso de que no me vieran, las seguí hasta el barrio de Los Indios. Llegamos a casa de doña Aurora, la hierbera del mercado. Otras quince mujeres más esperaban en la puerta. Aquello pronto se convertiría en un verdadero aquelarre, pensé.

Rodeé la casa para saltar la barda, pero por el nervio de no ser descubierto, torpemente caí justo a un lado del gallinero. Como pude me levanté y me acerqué al ventanal de la cocina. Desde ahí, pude ver cómo entre todas tostaban los granos en el comal, luego los molían en el metate, agregando poco a poco chile, canela, pimienta y piloncillo. Una de ellas salió de la cocina y en el centro del corral prendió una fogata. Luego colocó en ella una gran olla de barro con agua en su interior. Todas las mujeres la alcanzaron en el patio, cada una lanzaba puñados y puñados de la molienda aromática.

La tía batía fuertemente el chocolate. Todas empezaron a bailar alrededor del fuego, seduciendo a las estrellas con su cadencia, liberando la pesadez de sus vidas en esa voluptuosa tarea. Después de tanto bailar, reír y cantar, bebían el chocolate especiado en unos pequeños jarros de barro.

El aroma del brebaje pronto invadió el patio de la casa, filtrando su hechizo por el granero donde yo me refugiaba. Ese olor extasiante despertó mi deseo, paralizando mi mente hasta que me quedé profundamente dormido.

Debo haber hablado en voz alta entre sueños. Cuando desperté, todas las mujeres me rodeaban conmovidas y la tía Antonieta sostenía mi cabeza en su regazo.


Brisa López
Fotografías del proyecto Sabor a Nayarit

miércoles, 24 de febrero de 2010

Invitación abierta: Envía tus colaboraciones a Sabor a Nayarit !



Estimados internautas, bienvenidos todos.

Sabor a Nayarit es un suculento proyecto apoyado por el Programa de Estímulos a la Creación y el Desarrollo Artístico del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit, en su emisión 2010.

Es por ello que comparto contigo este espacio, querido lector. Si tienes una receta familiar, un ingrediente secreto o una anécdota que contar sobre la cocina tradicional de Nayarit, llámame! Con gusto iré a entrevistarte y al aroma de un café reviviremos los sabores, aromas y recuerdos del Nayarit de antaño.

Gracias y no olvides que también puedes enviar tus colaboraciones a: saboranayarit@hotmail.com

Un gran abrazo de canela y espero pronto estar en contacto directo contigo.

lunes, 8 de febrero de 2010

Sabor a Nayarit
200 años de tradición culinaria en cuento


¡Date gusto vida mía que yo, me daré otro tanto!, a la letra dice el son que yo bailaba siendo apenas una niña mientras mi abuela canturreaba, al tiempo que preparaba sus moles, salsas y otras delicias de aquellos tiempos en el remanso familiar. Ese gusto ahora me remite al ejercicio de la escritura para explorar en la memoria colectiva las historias y anécdotas que dormitan entre jarros, ollas y cazuelas.

En el estilo narrativo del cuento, abordaré el tema de la gastronomía mexicana y en particular del buen comer en el paraíso del Rey Cora a través de 200 años y aún más allá. El legado entrañable de nuestros hermanos wirrarikas, náyares, tepehuanes y mexicaneros, perdura con los años en la tradición culinaria de los mestizos, la misma que alimentó a mis ancestros en esta basta tierra, poblada del sabor nativo que acentúa la sazón tradicional; sabor que trascendió al Nayarit de Nervo, Bávara y Mercado, de Escutia y Baca Calderón. Hoy podemos disfrutar de la gran variedad de platillos y riqueza cultural que nos nutre y sazona nuestros días.

Así pues, la realización de este proyecto, representa para mí una gran oportunidad para experimentar en el laboratorio creativo de la narrativa; escuchar los susurros y los gritos, secretos a voces de la cocina nayarita; encontrarlos en el especiero del tiempo y extraer de la alacena memorial los ingredientes, utensilios y recetas que se conjugan en una conspiración histórica para exprimir una a una las gotas del sabor, el aroma y el recuerdo que hoy por hoy simboliza el mayor de los festejos para el paladar de propios y extraños... Sabor a tierra mexicana, la tierra del Gran Nayar.


Brisa López

miércoles, 3 de febrero de 2010






… Porque acaso,
el reino de la dicha
sólo sea tocar, oír,
oler, gustar y ver.

Alí Chumacero
Responso
del peregrino